Carlos Cuesta | 14 de julio de 2020
El presidente de las promesas falsas ha llevado a cabo la peor gestión del coronavirus de todo el planeta y no está dispuesto a aceptar la obviedad. Prefiere actuar como si las víctimas no se hubiesen producido.
Pedro Sánchez se ha convertido en el presidente más fake de todos cuantos han pasado por el Gobierno de España. Su doctorado es fake; su promesa de no pactar con ERC es fake; su compromiso de nunca negociar con los proetarras es fake; su supuesto «escudo social» ha dejado sin pagar a ERTE y autónomos en todo un alarde fake; y hasta su insomnio por Pablo Iglesias es fake. Pero si todo ello anunciaba un profundo Gobierno del bulo, el cum laude -el real, no el de la tesis del presidente- en esta forma de actuar y de engañar se ha alcanzado con la plena ausencia de respeto por los muertos por coronavirus: unas víctimas a las que el presidente del Gobierno sigue negando el recuento y reconocimiento de su muerte y, ahora, niega incluso la presencia institucional del presidente a un funeral. A un homenaje.
Sánchez se ha negado sistemáticamente a admitir lo que anuncian dos indicadores básicos: el que refleja la diferencia interanual de muertes elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y el conocido como MoMo, que elaboran los Registros Civiles de España. El primero de ellos señala una diferencia de muertes entre las semanas de coronavirus y el mismo periodo del año 2019 de 47.000 personas. El segundo, que recoge el anticipo estadístico del 95% de los registros de defunciones en España, apunta a 44.000 muertes. Y no ha habido más causa adicional de muerte en España durante ese plazo de tiempo que el coronavirus.
Pero, pese a todo ello, Sánchez se niega a reconocer poco más de 28.000 muertes por coronavirus.
Para colmo, simplemente con los datos oficiales que sí reconocen las Comunidades de Madrid y Cataluña, sumados a los que el propio Sánchez asume en el resto de España, la cifra de víctimas por el virus ya escala por encima de las 42.000 muertes.
Pero todo eso, al presidente de las promesas y doctorado falsos le da lo mismo. Porque no está dispuesto a reconocer unos datos que prueban que ha llevado a cabo la peor gestión del coronavirus de todo el planeta, con la tasa de mortalidad más elevada de todo el mundo. Por eso no reconoce la obviedad. Y como no reconoce a los muertos, no puede mostrarles respeto. Y como no puede reconocer su propia falta de cautela y responsabilidad en los primeros compases de la enfermedad -en enero y febrero-; ni su obstinación en primar la bandera política del feminismo el 8M frente al deber de proteger a la población; ni su ocultamiento de las alertas que hubiesen evitado una avalancha de muertos así, prefiere pasar a actuar como si las víctimas no se hubiesen producido.
Porque para él solo cuenta el «relato», los medios, la ‘verdad contada’. No la verdad. Dicho de otra manera: “The show must go on”. Y él tiene capacidad de sobra para mentir y seguir adelante. Por eso el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, prefirió viajar a Lisboa para reunirse con el primer ministro António Costa antes que acudir a la misa homenaje a las víctimas del coronavirus.
Por eso el jefe del Ejecutivo se ausentó de España justo el día en el que la Conferencia Episcopal había organizado una misa de recuerdo por todos los difuntos que ha dejado el coronavirus en nuestro país.
Por eso huyó del acto celebrado en la Catedral de la Almudena, y presidido por los reyes don Felipe y doña Letizia. Porque, de hecho, el viaje no existía: el viaje de Sánchez a Portugal para reunirse con su homólogo luso se organizó de forma exprés el sábado previo. Pasadas las diez de la noche, los periodistas que cubren la información gubernamental recibían en su correo electrónico una comunicación de la Secretaría de Estado de Comunicación informándolos del viaje y de la necesidad de acreditarse en un plazo de 24 horas para viajar en menos de otras 48.
Porque todo vale para Sánchez con tal de escribir la versión que él desee. Aunque todo se construya sobre una absoluta mentira.
Pedro Sánchez se dedicó en 2019 a todo menos a cumplir con lo que estaba escrito en los presupuestos. Hoy, con una batalla indisimulable por los fondos europeos, Europa quiere controlar el uso que haga Sánchez del dinero del contribuyente.
Podemos no es genuinamente Gobierno, pues no se considera parte del Ejecutivo de un régimen que detesta. Pero sabe perfectamente que está en el Gobierno y no duda en aprovecharse de ello en favor de sus objetivos.